Petare, Venezuela 2006

Carta de Paolo Gasparini
Para el libro de Petare.

Hola, amiga Mayra:

Nos conocimos hace tres años en un encuentro de Fotografía en México donde presentaste un fugaz, pero no por eso menos válido, video. Después nos vimos en Chihuahua, donde, y otra vez te lo agradezco, me acompañaste al polvorón de las maquilas de Ciudad Juárez.

En cierta medida me siento un poco responsable y compinche por haberte animado a fotografiar el Cerro de Petare.

Ahora estoy mirando tus imágenes en la maqueta del libro que están por editar Carsten y Luna. Al verlas me surgen algunas consideraciones.

Sabemos, desde los días de su invención y por el discurso a favor de esta invención del físico Arago, que la fotografía funciona como preciso instrumento en el registro de la realidad y, de igual manera, como certero utensilio en la comprobación de evidencias en los lugares del crimen.

Después, a pesar de Baudelaire, se le añadieron a las imágenes fotográficas otros eslabones, desde elementos significantes, interpretativos, creativos hasta su pretendida artisticidad, etcétera, etcétera.

También sabemos, de un tiempito a esta parte, que el tema de fotografía y miseria no ha dejado de colear entre populistas fotógrafos, viciados aficionados, críticos y desgastados fotógrafos, pocas veces auténticos artistas, las más de las veces retorcidos vejetes comprometidos quién sabe con qué.

Mayra, mirando tus fotografías, me vienen a la mente cosas de otros jueves, de tiempos y situaciones diferentes y que, sin embargo, se relacionan con este lugar real y presente, a los crímenes del aquí y el ahora.

Hace medio siglo un pintor, escultor y gran dibujante compatriota tuyo, mientras le estaba sacando un retrato en el barrio caraqueño de San Agustín del Sur frente a la puerta desvencijada de una humilde casa, me dijo: “…me gusta la miseria porque es muy plástica”.

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El barrio de San Agustín, en aquel entonces no estaba tan dislacerado y tampoco Petare tanto como lo están hoy.

En los últimos años han aparecido entrevistas y artículos de varios humanistas y también de un amigo arquitecto e historiador discerniendo sobre esta ciudad y sus barrios, llámalos rancherías o favelas, como tu quieras, que la rodean.

Dice nuestro amigo que el barrio de Petare, ésa Pirámide nuestra, es una de las maravillas de la ciudad y que sus habitantes supieron entender el terreno y sacarle provecho para ocuparlo y vivirlo. Afirma que su espontáneo urbanismo conforma una especie de fortaleza militar donde todas las funciones vitales (¿querrá decir la vida y la muerte?) se consuman en el interior del cerro (sí, es cierto: el hospital Pérez de León quedó afuera de la planificación de la fortaleza…) y donde todo un sistema de terrazas degradantes se adaptan a la forma piramidal del cerro. Eccetera cosí.

En los años setenta, pero esos discursos tolondrones vienen de antes y persisten vivitos y coleando, surgió una especie de lucha de clases, de tendencias, entre una mala fotografía, la que únicamente se ocupa de documentar y registrar las miserias humanas, los desastres de la guerra, las ignominias y el horror de las injusticias, versus las sublimes imágenes destinadas a la contemplación y disfrute estético, a las fotogénicas ampliaciones para galerías y museos, mediante las cuales la fotografía parece finalmente recuperar y cumplir su primordial finalidad e ideal democrático de belleza.

Total, se trataba de contraponer a los desheredados y a las cananas de Tina el coliflor de Weston. Sin embargo pocos años después terminarían ambos en la misma mochila de mercados y subastas.

Actualmente, hasta las fotografías más inmisericordes de la condición humana encuentran lugares de difusión y comercialización. Y ciertamente eso no ocurre para concientizarnos.

De un tiempo para acá se pretende embellecer la miseria hasta con propaganda colors-benetton y embutir, con calzones y sostenes, las injurias y ofensas de nuestra época contra natura, de este genere umano perduto como lo definía Elio Vittorini en su Conversazione in Sicilia, legitimándolas como investigaciones estéticas o comunicación interactiva.

Mirando ahora tus fotografías del Cerro de Petare, como tú lo llamabas cuando llegaste, a no ser por algún graffiti o afiche de campaña populista, tengo la impresión de que no tienen tiempo, que sus únicas evidencias son las huellas geopolíticas, las del tercer mundo y del subdesarrollo.

Pareciera que es la misma realidad en todas partes, desde el África y sus alrededores hasta las favelas de Bahía de Todos los Santos en Brasil.

Llevan el mismo marchitar de la existencia, las mismas secreciones y heridas, la marca del apartheid de siempre, de la segregación y marginalidad; de la discriminación política, económica y sexual: el mismo panorama atemporal del subdesarrollo.

Por todo esto, querida Mayra, quiero agradecer tus fotografías honestas.

Porque, con este pequeño y preciso libro puedo comprender un poco más este mundo que nos rodea y a esta Caracas siempre más cargada de miseria humana.

Puedo comprender más al barrio de Petare, esa Pirámide nuestra, que nos mira, que sigue mirándonos con sus calles y sus casas no tan inmaculadas como en la blanca arquitectura de las islas griegas, no tan fotogénicas.

Una madre nos lanza a la cara: en este barrio nos matan todas las noches, aquí no hay vida. Tan poca vida como en las últimas fotos de tu libro, donde aparece un muchacho de diez y siete años masacrado de siete balazos.

Entre tanto los malandros vienen cerro abajo cargando el féretro del compañero muerto (porque los malandros tienen prohibido velar a sus muertos dentro de la fortaleza) cantando el vallenato colombiano…

Los caminos de la vida no son como yo pensaba como me los imaginaba, no son como yo creía…

Los caminos de la vida son muy difícil de andarlos…

Difícil caminarlos y no encuentro la salida.

Yo pensaba que la vida era distinta cuando estaba pequeñito

Yo creía que las cosas eran fáciles como ayer…

Estas son algunas de las consideraciones que me vinieron a la mente mirando

tus buenas fotografías, querida Mayra.

Bien vengan, entonces, estas imágenes, este válido testimonio.

Paolo Gasparini

Lluvioso diciembre de 2007

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